miércoles, 3 de marzo de 2010

ANDRÉS CAICEDO, 33 AÑOS DESPUES




TODOS ELLOS ERAN ANDRÉS: LA VIDA Y LA OBRA EN UN SÓLO GENIO.Hablar de Andrés Caicedo, es hablar del jovencito colombiano con aire lewisiano de gruesos lentes y cabellera larga, que nació el 29 de septiembre de 1951, admirador de la obra de Vargas Llosa, y que se suicidó el 4 de marzo de 1977 a los 25 años, pues consideraba que vivir más de esa edad era una vergüenza, que publicó en vida dos libros, El Atravesado y ¡Qué viva la música!, luego se publicarían otros más; pero al mismo tiempo es hablar del mito hecho carne, del niño terrible y precoz de la literatura colombiana, tal como fuera Arthur Rimbaud en Francia, del adolescente bondadoso seducido por la maldad de las pasiones humanas, del loco capaz de escribir en plena fiesta en su máquina “pepito metralla” la historia más alucinada que se le viniera a la mente, del joven seducido por las drogas, del cinéfilo amante de Kim Novak, del melómano fanático de Richie Ray y Boby Cruz, Héctor Lavoe, Janis Joplin y los Rolling Stones, del joven tímido y tartamudo que prefería la escritura porque sabía que era la manera más bella de comunicarse, del burguesito hastiado de ser un niño bien para ir de norte a sur de Cali en busca del lumpen y los fumaderos, del Andrés que respetaba a los marxistas pero que no era ni marxista ni capitalista, y por último, del ser humano que comprendió que vivía única y exclusivamente para la muerte, por lo tanto él debía sacarle una cita.

EL REBELDE ANTIUNIVERSITARIO
“Fui aplicadísima, y no me faltaba nada para entrar a la U. del Valle y estudiar arquitectura: segundo lugar en los exámenes de admisión…, pues, era a no dudarlo, una nueva etapa, tal vez la definitiva de esta vida que ahora me la dicen triste, que me la dicen pálida…”, esas son las palabras de María del Carmen Huerta, el personaje de Andrés Caicedo en su novela ¡Qué Viva la Música”, y es que Andrés siempre fue la invención de sí mismo y se reflejaba en cada uno de sus personajes, jamás fue a la universidad y prefirió una formación autodidacta. Andrés fue fiel a sus pasiones, a los llamados que le hacía la noche que no lo tragaba pero que tan sólo lo sacudía, un fanático de la noche, un nochero que llegó a preguntarse “¿Si la gente viviera sólo de noche y no de día?”. Pero esa noche a la que se refería era símbolo de su perdición y de su más desenfrenada atracción hacia la muerte.

LOS VIAJES HACIA EL DELIRIO
Las drogas eran los viajes hacia el delirio de Andrés, una de las maneras de escapar de sus tormentos, la libertad cercana del desesperado que sufre en un callejón sin salida, al punto que habla de ellas, “la mariguana me daba pesadez de estómago, pensadera inútil, odio, horquilla, pereza, insomnio; luego vendrían los riecitos de fuego excavando, cienpiés, pequeños y mordientes en mi cerebro (allí caí en cuenta que tenía un cerebro), melancolía de boca, flojera de piernas y punzones en las ingles de tanto en tanto.”
Pero eso fue en su etapa burguesita, en el norte de Cali, al lado de los niños bien, para luego, una vez ya en el sur, al ritmo de Héctor Lavoe y Richie Ray, soñar “…con ella, con un polvito blanco (erótica, aunque referidas a una raquítica acción de fuerzas, me sonaban estas palabras) en un fondo azul, y luego con el polo Sur, y por allí navegando una barca de muertos.” Al punto de afirmar que drogado uno no podía ver cine. ¿Fue uno de sus experimentos para hacer literatura? ¿Fue el amor al cine y la influencia que tuvo en él la película Viaje hacia el Delirio? Quizá ninguno de los dos, sino tan sólo su loca carrera por ganarle a la muerte y ser el Andrés SIEMPREVIVO.

ANDRÉS Y LA CINESÍFILIS“Psicosis, esa película que no he querido volverla a ver, para no olvidarla.”, así es como Andrés a través de Alfred Hitchock, aprendió a amar a Kim Novak, la actriz por la que inventó un amor idealizado, un amor en vano, pues desde que la vio en “Vértigo” ella fue su fetiche.
Su amor al cine lo llevó, luego de ser actor y guionista de teatro, a fundar el Cine-Club de Cali, en aquellos años setenta todos habían centrado preocupación por la literatura, la pintura, la política, pero nadie aun por el cine, es así como Andrés materializa su idea para llenar ese vacío. Luego vendrían la filmación de su cortometraje codirigido con Carlos Mayolo, Angelita y Miguel Ángel, que fue una adaptación de su cuento del mismo nombre, y además Un hombre bueno es difícil de encontrar, otra adaptación del cuento de Flanery O•Connor.
Luego vino su etapa de crítico de cine, sus textos fueron recogidos en Magazine Dominical del Espectador de Bogotá, Occidente, El País y El Pueblo de Cali. Además en las revistas de cine Vivencias de Colombia y Hablemos de Cine del Perú, gracias a su amistad con el Director Isaac León. Pero fue en la revista qué él con sus amigos fundaron, a la que llamaron Ojo al Cine, en 1974, y que alcanzó a editarse en cinco números, donde Andrés habló de las películas de directores consagrados como Bergman, Visconti, Pasolini, Buñuel, Chaplin, Ford, Wilder, y otros aun novatos, como Arthur Penn, Sam Peckinpah, Roger Corman, Jerry Lewis, David Cronenberg, Philip Kaufman, Robert Benton, Richard Fleisher, Pollanski, Donal Siegel, Jhon Houston o Nelly Kaplan.
Pero Andrés también fue un reportero de cine, que viajó a Estados Unidos donde entrevistó a Sergio Leone y que fue capaz de acercarse al Director holliwoodense Roger Corman para intentar venderle dos de sus guiones de terror, quien jamás le dio respuesta alguna. Sí a ese cine de Hollywood al que tantas veces había vilipendiado, pues consideraba que era un cine vacío y servicial a la ideología del imperio. Y justamente es en este viaje donde redacta una serie de notas de cine, muy personales, y que formarán parte de su relato “Pronto:(fragmento de unas tales Memorias de una cinesífilis, encontradas en una botella en las riberas del Canal de Panamá)”.
Billy The Kid, causó una influencia terrible en Andrés, ese personaje mítico del viejo oeste, ladrón de bancos, aun niño cuando empezara sus fechorías y que a los 21 años tenía más muertos que su edad, que hasta el mismo Borges analizara en su texto “El asesino desinteresado Hill Harrigan”. Es por eso que Andrés Caicedo analizó las películas, con inmensa acusiocidad y pasión, de Stan Dragoti “Billy el Asqueroso”, “Patt Garret & Billy The Kid” de Sam Peckinpah, como también las de Kin Vidor, David Millar y Arthur Pen, en donde actuara el Famoso Paul Newman. Todas referentes a la vida del niño bandido Billy The Kid.

EL MELÓMANO EMPEDERNIDO“Y por la U. del Valle dándomelas de estudiante y con aire de pelada de paseos, embluyinada y con botas de dar pata o de saltar charcos según el mancito. Pero eran difíciles los acuerdos. Nadie parecía vivir con el interés constante de la música. Y si hablaban de la necesidad de organizar movimiento para sacar al nuevo rector, yo salía con qué: "tumba victoria que yo aquí no me quedo", y me paraba odiosa, amenazando: "dame Salsa, Salsa es lo que quiero". Les daba la espalda y retumbaba el cemento.” Quizás esta fue la vida por la que tuvo que atravesar Andrés, como su personaje María del Carmen, la de aparentar ser un joven más, “un chico de universidad”, aunque no siempre, mientras todos lo consideraban un fracaso, un bueno para nada, un drogo sin futuro, un desquiciado sin conciencia social, el símbolo de la decadencia burguesa, en una sociedad de dementes, un jovencito perdiendo la razón en el empeño de probar la verdad de los escritos lovecraftianos pero que ante todo y sobre todo amaba la música, y que se tendía en el campus universitario a oír a Los Rolling Stones deseando 2 ó 3 sorbos de cerveza.
Y es que Andrés supo mezclar el cine, la literatura, las drogas, la rebeldía, el teatro y la música, al punto de que habló en su novela de una posible ayuda estatal para obtener la "Cavorita" y la droga que lo haría invisible; terminó con una comparación feliz: "invisible como las chicharras que se mueren de tanto cantar”... Como él mismo diría, sabido es que a las chicharras les rasca el sol y cantan para olvidarse. Cuando no cantan, duermen un sueño tonto. Cuando cantan en exceso, revientan. Andrés amaba la música, por sobre todas las cosas, pues consideraba a la literatura y al cine como artes menores y aburridas, y la música era lo último que le quedaba para no reventar tan fácilmente.

LA POLÍTICA EN ANDRÉS
En su novela ¡Qué viva la música!, Caicedo hace clara alusión a su tendencia política: La música, el arte y la vida. Jamás se situó entre los marxistas o los capitalistas, al contrario, a estos últimos frecuentemente atacaba en sus escritos, y sentía un respeto hacia el marxismo, pero lo suyo no era ni lo uno ni lo otro. Y quizá para la juventud y los intelectuales de su tiempo esto fue un pecado, ya que en aquellos años estaban en boga la revolución cubana, el che Guevara, los anticonceptivos, los hippies, el antiimperialismo, Janis Joplin, y es que Andrés estuvo con todos ellos y con ninguno al mismo tiempo, sólo quería tiempo para vivir.
“Los marxistas, pensé, sintiendo como un impulso de apartarme de mi cohorte de juventud fantástica e irles al encuentro, porque, como le digo, respetaba y respeto su pensamiento.”, estas son sus reflexiones, serias a veces, pero en otras no deja de ser sarcástico, “…El Grillo, el marxista, que vino a emborracharse por penas de amor, diciéndome los uno y mil fracasos de la burguesía (la pelada de la que está enamorado vive en pleno Nortecito)…”, pues Andrés no consideraba una vida entregada en la que cada acto sea para combatir el imperialismo. Así como una vida burguesa, llena de “moral”, “buenas costumbres”, tampoco eran para su ritmo.

MORIR DE AMOR“…Una donde Patricia la linda (que era malvada con los hombres)...”, escribe Andrés en ¡Qué viva la música!, y fue, de repente esa Patricia de su novela, que en la vida real, la última gota que derramó el vaso de su vida, el motivo final mas no el absoluto que lo llevó al abismo inmenso: la Muerte.
Patricia Restrepo, la mujer de su mejor amigo, Carlos Mayolo, fue la musa de quien Adres Caicedo se enamoró perdidamente con un amor a muerte.
Y fue ella quien un 4 de marzo de 1977 lo halló escribiendo sobre “pepito metralla”, su máquina de escribir, la carta de despedida en donde le decía desesperadamente que no lo dejara. Andrés Caicedo esta vez por fin había cumplido con lo predestinado, con lo planeado por él de antemano, luego de dos intentos fallidos de suicidio. Esa misma mañana le había llegado el primer ejemplar publicado de su novela en donde se le fue la vida ¡Qué viva la música!
Qué bajo había caído Andrés, se había desclazado, y como él escribiría, “Qué bajo pero qué rico, no me importa servir de chivo expiatorio, yo estoy más allá de todo juicio y salgo divino…”, sí y así Andrés se enrumbó y luego se desenrumbó, le echó de todo a la olla y consiguió la salsa de su confusión, fue fiel a sus principios de no formar parte de ningún gremio, pues nunca lo pudieron definir ni encasillar, jamás permitió que lo vieran como persona mayor, respetable, decidió quedar para siempre como un niño, como un Billy The Kid del propio western de su vida, o un Peter Pan de su infancia que se negó a crecer, y murió tranquilo, dejando obra y confiando en unos pocos buenos amigos.

domingo, 28 de febrero de 2010

OTROS COMENTARIOS SOBRE "PARAISO EN LLAMAS"

EL PARAISO ENCENDIDO, COMENTARIO DE Javier Vílchez Juárez


La desesperanza, la sensación de ser parte de un paraíso delirante que se sumerge y desaparece entre lenguas de fuego, el fuego mismo que emana del cuerpo de la mujer amada que engaña vilmente al corazón, la rebelión contra la imagen omnipotente de un ser que lo sabe y lo hace todo a su antojo; son tan sólo algunas características de “PARAÍSO EN LLAMAS”, que el poeta Lúber Ipanaqué pone ahora en nuestras manos.

Si me preguntan acerca del poemario, puedo decir sin temor a equivocarme que es una muestra paradójica de la conciencia y la inconciencia; del trabajo poético meticuloso y la vorágine de los sentidos. Además, es una propuesta artística literaria de muy buen logro, en la que se pueden distinguir tres planos bien definidos, que interactúan entre sí para crear en el poema la atmosfera que necesita: Por un lado, en el primer plano, se puede percibir la voz del poeta que no se deja intimidar por una voz espiritual (en algunos casos Dios y en otros el demonio) que se encuentra en el segundo plano. Las ideas que se exponen en esta lucha constante, son complementadas con la aparición de otras voces que no intervienen en el diálogo, más se perciben como la muestra de otros seres ajenos y que observan sin inmutarse, como los dioses de nuestra tierra que fueron relegados por aquel que tiene aquella discusión acalorada con el poeta.

En cuanto a la manera en que está dividido el poemario, podemos señalar cuatro partes: en la primera: DE LA GÉNESIS Y LAS ALUCINACIONES, que inicia con una discusión del poeta con Dios, a quien no le cree nada de lo que dice, y está expresado en el siguiente verso: “Ese juego ya me lo conozco, tío”; recriminando también a su compañera: “Tú, no eres Eva, pero sí una manzana”, que es el símbolo del pecado. De la misma manera en este primer conjunto de poemas se exaltan temas como la soledad profunda y la nostalgia, no sólo personal sino también acerca del terruño, al que denomina como la “matria”.

La segunda parte, titulada DE LA CONCEPCIÓN Y LA ANUNCIACIÓN, el poeta alza su voz rebelde y se resiste a obedecer las órdenes del Creador: “Lúber, tu mujer dará a luz un niño./ No tengas miedo y llévala a tu casa”./ Hace días estás que me hablas, / yo no quiero caer en tu juego./ No soy tonto y capaz que tú/ ya te has acostado con ella, le contesté aturdido”. Además, esta misma voz, se pronuncia ante el abandono que sienten los artistas en nuestra patria: “El Perú es el Perú y no sirven para nada los poetas”. Sin dejar de lado el inmenso vacío que produce el amor después de muerto: “Pues el amor nos embriagó el corazón/ alucinado de locura/ y nos dejó cruelmente/ abandonados”.

En el MANUAL DEL PURGATORIO, la tercera parte, el poeta hace referencia a la sensación de estar en cayendo a un abismo, a la soledad más profunda y a la desesperanza: “Porque el miedo a caer/ es el pretexto para huir/ de las sombras escabrosas del/ recuerdo”. Pero aún así, tendremos que responder por nuestros actos y no queda más que resistir la crucifixión de los sentidos”.
Y en la VIDA NUEVA, parte última, se percibe el reencuentro del poeta con la poesía, como la esencia más pura y delirante del alma y la vida. Es aquí donde terminan las alucinaciones de Lúber; y es aquí, donde nace la invitación a todos aquellos que deseen aventurarse por los parajes del paraíso que se enciende, del “PARAISO EN LLAMAS”.

jueves, 24 de septiembre de 2009

HABLANDO UN POCO DEL PARAISO EN LLAMAS


Humberto Reyes Cayotopa

Y dígase pues, que Luber había presentado su poemario “Paraíso en llamas”, para ese entonces, todos pensábamos que el cielo se iba a caer en pedazos. Todos, excepto él, ya que, todo loco no cree en sus propias revoluciones. Digamos, que Percy siempre fue así, una comadre que supe tratar, un vate al igual que todos lleno de estígmas. En aquel tiempo me comentaba de “Los apóstoles de la muerte”, era un vate impredecible a quien muchos le costaba seguir la corriente, pero para mi, era fácil, mientras hablábamos de las revoluciones poéticas y sobre el caso de aquellos suicidas que se colgaban en las puertas de la Catedral de Catacaos. Luber, era una inteligencia servida a nuevas formas poéticas, donde la poesía no admite reglas, y políticamente expresaba un cambio. Las conversaciones eran largas como las caminatas nocturnas por el puente de Castilla. Toda una mística, un sentir invisible de aquel universo, que pocos vemos y logramos dibujar minuciosamente sobre la estructura de un papel. Ahhh que tiempo aquellos…. Sobre todo aquel buen vino. Lo recuerdo, cuando usted hablaba de Oscar Wilde, Cortazar y Ostia Sideral y yo le hablaba de Rubén Darío, Gunther Grass y Pensamiento Profano. Cuanto cosas han pasado…y me atrevo a decir que “El Paraíso en Llamas” ya lo había presenciado, pero usted fue más loco que yo, y comenzó asaltar al cielo, como usted ya había manifestado: “Botellas destrozadas de locura contra nubes imperfectas”. Todo es válido, y eso bueno, porque la poesía es un elogio de la locura.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

CAMINATA NOCTURNA CON OCTAVIO: CINCO MINUTOS EN LOS EXTRAMUROS DEL TIEMPO.

Octavio, en tiempos en donde lo único razonable parece ser la locura, nos deja en un mar de desconcierto como verdaderos náufragos de la razón y el pragmatismo. O para otros quizá tan sólo sea el loco y drogadicto que deambula por las calles perdido en su propio universo.
Sin embargo, Octavio domina el francés, el alemán, el inglés y el español; recita su poema El Beso y habla de Vallejo. Además dice pertenecer a otro mundo en donde todo es energía mental, como si creyera en la existencia del topus uranus platónico.
Cuando de noche Piura deja de ser Piura para transformarse en un monstruo vestido de ciudad camina por sus calles que simulan ser venas obstruidas por bolsas blancas de basura. Esta vez va en dirección al Teatro Municipal y decido acercarme para aprovechar sus cinco minutos de cordura. Me saluda, observo que va con sus ropas sucias, tiene las barbas blancas muy crecidas y lleva una colcha “Tigre” sobre el hombro, que de seguro ha de servirle para defenderse del frío cuando vaya a dormir por el cementerio de Castilla. Caminamos al mismo ritmo, él va con sus pies desnudos y de uñas largas como un lobo pisando el pavimento, entonces me pregunto ¿cómo será estar en ese estado? ¿si ha sido profesor universitario? ¿si es alemán? Pero prefiero callar y sólo sentir que es mi amigo.
Me habla de la vida, de cómo hicieron explotar a la muerte en mil pedazos con rayos ultrasónicos cuando en un principio esta era un dadito, de que si tan sólo llegáramos a encontrar las cuatro fórmulas vectoriales de Vigotsky, como “ellos” lo hicieron, otro sería el destino del mundo.
Habla como si perteneciera a una secta de científicos locos que gobiernan el mundo esclavizándonos detrás de la tecnología. Entonces recuerdo “Sobre Héroes y Tumbas” de Sábato, en donde los “inofensivos cieguitos”, que viven en las cloacas, nos controlan y son seres perversos, pero a quienes por pena damos una moneda. Luego imagino la cantidad de locos que pudieran vivir en los buzones de la ciudad y de cuán inocentes somos al tener compasión a los “pobres loquitos”.
Mientras, Octavio despotrica del sistema, habla que estamos condenados a estar solos y que terminaremos en la soledad absoluta, pues “¡todo!, ¡todo!, los edificios, los carros, la ropa que llevas puesta, este metal que me has dado, tus huesos, tu piel, van a la muerte… y no es otra cosa mas que la destrucción, ¡la mismísima nada!, ¡¿me entiendes?!”, pregunta, yo digo que sí, y recuerdo a Cioran.
LLevamos cuatro cuadras, pasaron cinco minutos, llegamos al puente colgante, por un momento creo que bajaremos al río y entraremos por el buzón donde llegan los desperdicios del Hospital Regional y así entraremos a ese sub-mundo del cual forma parte. Pero para mi desilusión él se queda parado, me mira y dice, es hora de irse cada uno a su planeta. Cierra los ojos, pone sus dedos a la altura de su sien, hace dos puños y agita ambas manos con fuerza a los lados del tronco e imagina que se traslada a otro lugar mentalmente. Cuando termina ese ritual quedo con la nostalgia de no poder seguir hablando con él, nos damos la mano, doy media vuelta y me retiro con la esperanza de volver a verlo pronto.

Sobre ESTIGMAS DEL SILENCIO, Libro de Henry Córdova Bran

La poética de la rebeldía y el amor del hombre hacia la humanidad.
(aun en imprenta por improntas del autor)

La sociedad es como un condenado que tiene el cuerpo marcado por horribles cicatrices en su piel, un condenado que se encuentra parado frente a un espejo y enfrentado a su realidad. Para terminar con esa condena tiene dos caminos al ver reflejado tanto horror: cerrar los ojos, quedarse parado y decir que es una alucinación o destrozar el espejo y caminar hacia la humanidad verdaderamente humana.

Al leer el libro “Estigmas del silencio” puedo decir que Henry Córdova, miembro del grupo literario “Plazuela Merino”, como parte de esa humanidad, sin lugar a dudas y con admiración, decidió el segundo camino y lo anda de un lado con Javier Heraud y del otro con Vallejo quienes van junto a él diciéndole “camina, camina, avanza tus izquierdas”, y en su caminar halló miles de hazañas, pero la más grande de todas, la gran tragedia y el adorado gozo, es el de amar la humanidad. Amó con el amor del hombre nuevo a los niños, amó a la amada toda Vallejo-pensativa-, amó al obrero explotado en las minas, amó al amigo bohemio, a la madre adorada, al señor de al lado, al burro orate, al perro militar, amó a sus hermanos caídos en Irak y a sus putas con angelical mano obrera. Y amó con una demencial rebeldía, con esa rebeldía que sólo un poeta incapaz de cegarse ante su realidad puede hacerlo.

Y es que el silencio de la humanidad ante tanta barbarie, el silencio de los pobres de Irak ante una guerra injusta, de los obreros explotados, de los niños sin futuro son una marca en el alma, son estigmas que el poeta lleva en el cuerpo, estigmas que jamás serán vistos por miradas comunes. Marcas como las de Cristo y las del Che Guevara, que son la misma persona, son imposibles quitárselas del alma. Henry Córdova entiende que esas son las heridas cicatrizadas con las que anda la humanidad. Pero así como ciertos animales suelen tener estigmas para poder respirar, así como las flores también suelen tener estigmas para poder fecundar, su poesía verso a verso, poema a poema manifiesta la esperanza de que esta sociedad cambiará, y el poeta cree de que hay que hacer algo para lograrlo. Y que mejor acto revolucionario y rebelde que el de las palabras, legión angelical de bellas palabras capaces de destruir el universo y construir aun muchos otros más.

La poesía de Henry Córdova, antes que meramente estética y formal, o experimental, es sumamente humana, para luego ser sustentada por un manejo de la estructura formal y estética del poema con buen dominio, a diferencia de muchos poetas que tan sólo se quedan en la palabra formal y el libro, olvidándose cuál es su fin como ser humano y como parte de esta sociedad, olvidándose de la vida vivida propia y de quienes giran alrededor suyo. La poesía de Henry Córdova es vital y profundamente filosófica.

La poesía siempre ha de servir como una herramienta para cambiar el mundo y destrozar el sistema, para revolucionarlo llegando hasta el fondo del alma como lo hace el poeta de “Estigmas del silencio”, en tiempos modernos donde la gente sólo se interesa en competir, en hacer dinero o “asegurar su futuro”. En tiempos donde nadie ama. Todos tienen miedo a amar, todos tienen miedo a hacer el amor, a procrearse, a extenderse, a discurrir si es que por medio no hay seguridad y dinero. Tiempos modernos, tiempos de tecnología de punta, tiempos esquizofrénicos: ¡Basura! ¡Pura basura!¡Bien amada seas poesía!

Los versos de Henry Córdova son versos sociales, versos profundamente lacerados por el dolor y la pobreza, versos que se sublevan ante esta sociedad hipócrita y moralista. Versos que llegan a embriagarnos de nostalgia y amor, pero que jamás caen en el maloliente panfleto socialudo de la poesía comprometida.

Me atrevo a decir que la paciencia y la mesura por los que han pasado cada uno de los poemas de Henry Córdova, para ir corrigiéndolos, eliminándolos y recomponiéndolos, serán el preludio de buenos augurios literarios que sólo el tiempo sabrá juzgar, pero que según mi criterio –aun corriendo el riesgo del subjetivismo amigo-hermano(sobre todo camarada)- viene a ocupar un lugar representativo entre los poetas de la buena poesía piurana.