miércoles, 19 de noviembre de 2008

CAMINATA NOCTURNA CON OCTAVIO: CINCO MINUTOS EN LOS EXTRAMUROS DEL TIEMPO.

Octavio, en tiempos en donde lo único razonable parece ser la locura, nos deja en un mar de desconcierto como verdaderos náufragos de la razón y el pragmatismo. O para otros quizá tan sólo sea el loco y drogadicto que deambula por las calles perdido en su propio universo.
Sin embargo, Octavio domina el francés, el alemán, el inglés y el español; recita su poema El Beso y habla de Vallejo. Además dice pertenecer a otro mundo en donde todo es energía mental, como si creyera en la existencia del topus uranus platónico.
Cuando de noche Piura deja de ser Piura para transformarse en un monstruo vestido de ciudad camina por sus calles que simulan ser venas obstruidas por bolsas blancas de basura. Esta vez va en dirección al Teatro Municipal y decido acercarme para aprovechar sus cinco minutos de cordura. Me saluda, observo que va con sus ropas sucias, tiene las barbas blancas muy crecidas y lleva una colcha “Tigre” sobre el hombro, que de seguro ha de servirle para defenderse del frío cuando vaya a dormir por el cementerio de Castilla. Caminamos al mismo ritmo, él va con sus pies desnudos y de uñas largas como un lobo pisando el pavimento, entonces me pregunto ¿cómo será estar en ese estado? ¿si ha sido profesor universitario? ¿si es alemán? Pero prefiero callar y sólo sentir que es mi amigo.
Me habla de la vida, de cómo hicieron explotar a la muerte en mil pedazos con rayos ultrasónicos cuando en un principio esta era un dadito, de que si tan sólo llegáramos a encontrar las cuatro fórmulas vectoriales de Vigotsky, como “ellos” lo hicieron, otro sería el destino del mundo.
Habla como si perteneciera a una secta de científicos locos que gobiernan el mundo esclavizándonos detrás de la tecnología. Entonces recuerdo “Sobre Héroes y Tumbas” de Sábato, en donde los “inofensivos cieguitos”, que viven en las cloacas, nos controlan y son seres perversos, pero a quienes por pena damos una moneda. Luego imagino la cantidad de locos que pudieran vivir en los buzones de la ciudad y de cuán inocentes somos al tener compasión a los “pobres loquitos”.
Mientras, Octavio despotrica del sistema, habla que estamos condenados a estar solos y que terminaremos en la soledad absoluta, pues “¡todo!, ¡todo!, los edificios, los carros, la ropa que llevas puesta, este metal que me has dado, tus huesos, tu piel, van a la muerte… y no es otra cosa mas que la destrucción, ¡la mismísima nada!, ¡¿me entiendes?!”, pregunta, yo digo que sí, y recuerdo a Cioran.
LLevamos cuatro cuadras, pasaron cinco minutos, llegamos al puente colgante, por un momento creo que bajaremos al río y entraremos por el buzón donde llegan los desperdicios del Hospital Regional y así entraremos a ese sub-mundo del cual forma parte. Pero para mi desilusión él se queda parado, me mira y dice, es hora de irse cada uno a su planeta. Cierra los ojos, pone sus dedos a la altura de su sien, hace dos puños y agita ambas manos con fuerza a los lados del tronco e imagina que se traslada a otro lugar mentalmente. Cuando termina ese ritual quedo con la nostalgia de no poder seguir hablando con él, nos damos la mano, doy media vuelta y me retiro con la esperanza de volver a verlo pronto.

1 comentario:

Fabricio Rebatta dijo...

tu crónica me recuerda cuando hace muchos años gustaba de conversar con estos especiales habitantes de nuestras calles.
saludos